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Mostrando las entradas de febrero, 2010

Buenas noches, cariño

Imagen
-Cariño, a esta hora la luna se ve por la otra ventana- le dijo mientras servía el vino. Ella volteó, y sólo la luz de las velas le iluminó el rostro. Él levantó la cabeza, la miró, y ambos vieron el brillo de la lujuria disfrazada de ingenuidad en los ojos del otro. La tomó por los hombros y la llevó en dirección a la ventana que dejaba colarse un haz de luz fría, pero no alcanzaron a ver la luna. Ellos despertaron muy tarde, acostados, como las copas sobre el mantel, que despertó al nuevo día con una enorme flor carmesí.

Deseo Real N°1

Tan solo pretendo gozar hasta hartarme de los privilegios de mi imperio antes de que alguien materialice en mi carne su proyecto de asesinato.

Gourmet Jail

Fueron los tres. Bajaron del auto en el estacionamiento, conectaron la alarma y caminaron hacia la rampa mecánica. Subieron hasta el último piso, salieron del pasillo y se encontraron en el hall de comidas. Sin duda, con la idea clara que llevaban fueron derecho hasta Gourmet Jail. Entraron y se ubicaron en una mesa para cuatro junto al ventanal. Desde ahí podían ver el borde de la ciudad, la costanera con los chalet de vacaciones y la bahía completa. Cuando se acercó el mozo, recibieron la carta y, como es lógico, ayudaron a Patrick a escoger, y enseguida, cada uno pidió su aperitivo para esperar por sus langostas con los respectivos acompañamientos. El almuerzo estuvo relajado y ameno, todos gozaban del mejor humor, y a ratos se complacían siguiendo con la mirada algún yate que paseaba por la bahía. Miraban por la ventana. Así pasaron el resto de la tarde. Mirando por la ventana. No se veía más que gente caminando y de vez en cuando un taxi. El Gourmet Jail era maravilloso. Hubieran

Un nuevo comienzo

Después de apagar la luz y una vez que ya se había quedado dormida, Eduardo siguió contemplando el bulto de Valentina debajo del cubrecamas. La poca luz que alcanzaba a rebotar desde el comedor, entraba por la franja de la puerta que mantenía entreabierta e iluminaba el rostro de su pequeña. Esa imagen le hacía imposible no recordar a quien fuera el amor de su vida. A pesar de sus treinta escasos años, y de los numerosos romances con que contaba, cada noche se daba vueltas en su cama dudando seriamente que alguna vez llegara a amar a alguien como había ocurrido con Susana. Al caminar de vuelta hacia al comedor, sintió un miedo tremendo. No podría haberlo explicado con palabras, pero sólo sabía que tenía que ver con una cosa: la vida le había devuelto a alguien a quien amaba demasiado y conocía muy poco. La llegada de Valentina no había ocurrido de la forma más linda. Había muchísimos recuerdos hermosos, pero cuando aún no se cumplía un mes de la muerte de Susana, parecían abundar los p