El Santiago de las 8

Salgo de la estación y es inevitable sentir el aire frío de Providencia colarse por la nariz hasta doler.
He visto a las niñas que venden los sándwiches y a más de alguien comprando. Veo el banco y a mi izquierda noto cómo ya ha comenzado la jornada para el lustrabotas, que se afana con los botines de una señora joven.
El hielo se hace más bravo después de haber visto de refilón la Iglesia de la Divina Providencia y haber doblado enfilando hacia el cerro.
PRECAUCIÓN: salida de vehículos. Y aunque no he estado nunca por ser casi atropellada, ¡me inquieta la condición de encontrar 3 accesos de estacionamientos subterráneos en menos de media cuadra!
Y justamente afuera de uno de ésos, pero no subterráneo, me encuentro, como es costumbre, con el conserje que ha salido a barrer las hojas de las que los plátanos orientales se han despojado para regalárselas a la vereda.
Miro a la derecha y adentro es posible ver aún unas pocas migas o un corcho sobre los manteles del Mare Nostrum. Eso porque no es lunes, porque de lo contrario, hubiera encontrado todo literalemente "patas arriba".
...He pensado qué tan bonito sería enfrentarse desde la entrada de la cuadra con...con...ya sabemos, el gigante, el que se pone con el telón de fondo...
De seguro sería bien distinto a lo que pasa cuando miro las innumerables ventanas del edificio de la vereda poniente y sin previo aviso, se han dibujado ante mí las líneas del San Cristóbal.
A decir verdad, ahora dudo de si él es el gigante o si es el tesoro, porque me enfrento con dos torres que lo flanquean con recelo por el sur.
Entre una reflexión de vida y una idea de proyecto, cruzo, como parte del Santiago bip!, Andrés Bello delante de los autos del Santiago VIP que sólo bajan a esa hora.
Llega el momento.
La sombra se ha acabado y los rayos del sol naciente me hacen volver la mirada de nuevo al oriente, y choco con el brillo del Mapocho...¡Pobre! De veras hace días tenía ganas de contar a más gente todavía que siento pena por el Mapocho. He pensado que si no fuera por él, si no hubiese estado aquí, Santiago de Nueva Extremadura no se hubiera emplazado donde está, nuestra ciudad no existiría...así de simple. Y nada más basta pasar por el lado suyo para darse cuenta de lo mal que lo hemos tratado, porque el pestilente olor que arroja habla incluso más que el color horrendo que ha tomado.
¡Pero sigue siendo tan noble! Comparado con el daño que ha recibido, han sido tan pocas las veces en que se ha desbordado, y seguro no por su propia voluntad, creo que no podemos vernos la suerte entre gitanos. Además aún cabe en su alma el amor que hace que nos regale el reflejo de los rayos del sol de la mañana que preceden al puñado de edificios que hay más allá, y que pronto aumentará (y aunque estudie Arquitectura, no puedo evita decir que será desgraciadamente).
...El que del otro lado dle puente encuentre las regaderas de la plaza funcionando y tenga que huir con mis maquetas o mis rollos de papel, será cuento para otro día.

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