Admito gozar de lo Siniestro
Admito gozar de lo siniestro, como se goza de una manzana prohibida. Es siniestro querer escribir de lo siniestro a las dos de la mañana, y que en el intento se desintegren las palabras, transportadas por la lengua de carpintero, desde el cerebro hasta los dedos. Habrán pasado por la boca, quiéralo o no, así se habrán impregnado del desenfado que tiñe cualquiera de mis discursos francos. Sentí cómo las palabras se deslizaban por mi nuca y me hacían cosquillas. Por el espejo las vi pasar gritando como chiquillas, a una velocidad que casi me rompen la piel las afiladas cuchillas de los patines que llevaban. Cuando llegaron a mis hombros, las fui a buscar con sigilo, porque se habían recostado y se habían escondido de mí para cuchichear. ¡Vaya, bribonas! Alcancé a oir cómo se burlaban. Que estoy senil, que mi locura me tiene por los pelos, que debía estar durmiendo, que "esta es hora de pasearnos nosotras por sus huecas cabezas atormentándolos y no de que nos persigan", chillab...