Admito gozar de lo Siniestro

Admito gozar de lo siniestro, como se goza de una manzana prohibida.

Es siniestro querer escribir de lo siniestro a las dos de la mañana, y que en el intento se desintegren las palabras, transportadas por la lengua de carpintero, desde el cerebro hasta los dedos.

Habrán pasado por la boca, quiéralo o no, así se habrán impregnado del desenfado que tiñe cualquiera de mis discursos francos.

Sentí cómo las palabras se deslizaban por mi nuca y me hacían cosquillas. Por el espejo las vi pasar gritando como chiquillas, a una velocidad que casi me rompen la piel las afiladas cuchillas de los patines que llevaban.

Cuando llegaron a mis hombros, las fui a buscar con sigilo, porque se habían recostado y se habían escondido de mí para cuchichear.

¡Vaya, bribonas! Alcancé a oir cómo se burlaban. Que estoy senil, que mi locura me tiene por los pelos, que debía estar durmiendo, que "esta es hora de pasearnos nosotras por sus huecas cabezas  atormentándolos y no de que nos persigan", chillaban.

Puedo jurar que chillaban...

Cuando logré acorralarlas, nada más me miraron las manos. Las vieron grandes y fuertes, y decidieron no oponer resistencia. Se entregaron.

Cuando tuve las palabras en las manos, el duende siniestro me susurró las instrucciones perfectas para una nueva traición: "Tú que eres hija de hombre, lánzate de aquí, escupe las tontas palabras que pensaste, y si eres tan poderosa como dices, veamos a si alguien viene a salvarte"...

...Confieso que gozo, enormemente, de lo siniestro.

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