Gourmet Jail

Fueron los tres.
Bajaron del auto en el estacionamiento, conectaron la alarma y caminaron hacia la rampa mecánica.
Subieron hasta el último piso, salieron del pasillo y se encontraron en el hall de comidas.
Sin duda, con la idea clara que llevaban fueron derecho hasta Gourmet Jail. Entraron y se ubicaron en una mesa para cuatro junto al ventanal.
Desde ahí podían ver el borde de la ciudad, la costanera con los chalet de vacaciones y la bahía completa.
Cuando se acercó el mozo, recibieron la carta y, como es lógico, ayudaron a Patrick a escoger, y enseguida, cada uno pidió su aperitivo para esperar por sus langostas con los respectivos acompañamientos.
El almuerzo estuvo relajado y ameno, todos gozaban del mejor humor, y a ratos se complacían siguiendo con la mirada algún yate que paseaba por la bahía.
Miraban por la ventana. Así pasaron el resto de la tarde. Mirando por la ventana.
No se veía más que gente caminando y de vez en cuando un taxi.
El Gourmet Jail era maravilloso. Hubieran ido si hubiesen tenido cómo pagar.

Comentarios

Anónimo dijo…
Tus entradas son como las respiraciones de cada momento de ciudad que hay en el mundo, no es asi? un respiro para vivir tranquila, un respiro para vivir en paz.
Sí, resultan como respiros de ciudad...lo que no he comprobado aún es si me otorgan paz.
Anónimo dijo…
Tal vez la paz sea lo de menos. En cierta forma todo hacer es una guerra.

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